"Me acuerdo, fue en Balvanera en una noche lejana que alguien dejó caer el nombre de un tal Jacinto Chiclana...”
Jacinto Chiclana Astor Piazzolla / Jorge Luis Borges.
El mítico barrio que fuera glosado por el poeta y narrador, Jorge Luis Borges, en las estrofas de la “Milonga de Jacinto Chiclana”, en las que éste personaje legendario camina por una esquina cualquiera y hace culto de su coraje y hombría, virtudes típicas del “guapo” de fin del siglo XIX, fue también el lugar elegido, a mediados del siglo XVIII, por otro hombre legendario: Don Antonio Gonzalez Varela, apodado el “miserere”, quien adquiere los terrenos vecinos al “camino real”, hoy Avenida Rivadavia, y a la actual Plaza Once, para establecer allí su vivienda, pulpería, almacén y cuarto de alquiler.
Enmarcan este sector de la Ciudad de Buenos Aires, las avenidas Callao, Entre Ríos, Independencia, Córdoba y las calles Sánchez de Loria y Gallo y encierra las familiares zonas de Congreso, Abasto y Once.
Hacia 1770, en el predio que hoy ocupa la Plaza Once, estaban ubicados los Corrales del Medio (En la hoy plaza Once, allá por 1770 se concentraban las carretas provenientes del interior y en 1775 esos “Corrales del Oeste” formados espontáneamente, serán ordenados por cuenta de la ciudad, denominándoselos “Corrales del Medio” o “Del Centro” y estarán a cargo de un administrador), concentrándose allí el nutrido tráfico de carretas provenientes del interior y el mercadeo de productos de campo. Según la socióloga Francis Korn en la Plaza “Se vivieron escenas dramáticas tiroteos, enfrentamientos políticos e incluso algunos episodios de las invasiones inglesas...”(KORN, Francis. “EL ONCE, partes de guerra”, Diario CLARÍN Domingo 11 de mayo de 1997, opinión, páginas 20 y 21)
Cuando corría el año 1797, Don Antonio Gonzalez Varela, movido por su gran religiosidad, cede un terreno para levantar un “hogar de tránsito” para los padres franciscanos con el fin de establecer allí el primer cementerio local, donde se instalará la capilla y se entronizará la imagen de nuestra Señora de VALVANERA (Nuestra Señora de VALVANERA, ejerce el patronazgo de la provincia de La Rioja en España. La forma del uso y la costumbre en nuestro país, la transformó con el correr del tiempo en BALVANERA, contando esta modificación con la sanción oficial de las autoridades eclesiásticas y civiles.) que tanto arraigo tenía en la madre patria.
En 1830, monseñor Mariano Medrano Y Cabrera, procede a erigir en el solar comprendido entre Bartolomé Mitre y Azcuénaga, la tan ansiada parroquia de nuestra Señora de BALVANERA, que diera nombre a este barrio, por entonces cuna de compadritos, guapos e inmigrantes y también espacio de quintas, tambos y hornos de ladrillo.
Barrio policromo y cosmopolita, atrajo con el nuevo siglo a una gran masa de inmigrantes italianos y españoles (KORN, F. Ob. Cit.), pero debemos afirmar que “Balvanera empieza por ser un barrio vasco y hoy sigue siéndolo. (Ob. Cit.)
En este barrio, los vascos construyen el primer colegio católico de la ciudad: el San José, ubicado en la calle Bartolomé Mitre y Azcuénaga; mas tarde otro culto y otra cultura erigirán muy cerca de allí la Sociedad Hebraica y a muy pocas cuadras, la AMIA.
Barrio de tango, luna y misterio, lleno de nostalgia y recuerdos, allí vivió Carlos Gargel. Sus calles acunaron sus sueños de muchacho pobre que pudo salir de la miseria y ser famoso. Sus húmedas y silenciosas noches, solo quebradas por el pesado ir y venir de los carros y el bullicio de los changarines que llegaban al mercado, acuñaron su propio mito, testificando su pertenencia con el apodo de “Morocho del Abasto”. También Enrique Santos Discépolo, el poeta urbano, supo recrear en sus versos el palpitar de una sociedad problemática y febril, que cambiaba al ritmo vertiginoso del progreso.
En la mítica esquina de Rivadavia y Rincón, los años 20 marcaron el momento de mayor esplendor del Café de los Angelitos, lugar de cita de payadores, poetas y personajes de la política ciudadana. Sobre sus mesas de café, pernot, ginebra y pinerales, aún resuenan las voces de aquellas trasnochadas e inacabables tertulias, donde se daban cita los personajes de la bohemia porteña: Carlos Gardel, Celedonio Flores, Nicolás Repetto, Alfredo Palacios y Luis Angel Firpo entre otros, quienes constituyen la interminable galería de nombres que en distintos tiempos allí se dieron cita.
Barrio de arquitectura de lujo, donde los edificios del Congreso Nacional, el de Aguas Corrientes, la Facultad de Ciencias Económicas (Donde originariamente funcionara la Facultad de Medicina) y el impresionante Mercado del Abasto, responden a la ecléctica arquitectura de fin de siglo, en sus últimas manifestaciones neoclásicas.
Barrio de fe, con sus múltiples iglesias católicas que aún recuerdan en sus atrios la época en que sus vecinos “votaban cantando”. También tienen presencia sus sinagogas, donde la comunidad judía se congrega. Barrio donde aún resuena en el oído de sus habitantes, el rugir de la barbarie que destruyó el edificio de la AMIA, inmolándose en él casi un centenar de vidas.
Barrio cultural que cedió espacios como el viejo Teatro Marconi, el Libertad, el IFT y el SHA. Barrio donde el movimiento artístico “under” tuvo sus reductos predilectos: La Galera, El Callejón de los Deseos, Babilonia, en cuyas tablas los actores Urdapilleta, Barea Pavlosky, Tortonese y otros se animaron a quebrar el discurso tradicional.
Barrio elegido por Florentino Ameghino, Carlos de la Pua y Bernardo Houssay para vivir.
El tango y la milonga son hoy sólo un recuerdo de aquellos tiempos. La fiesta bailantera ha ocupado el barrio con sus colores estridentes, su sonido acompasado y el contoneo de hombres y mujeres de todas las edades, que nos recuerdan a aquella mítica pareja del Cívico y la Moreira (Mítica pareja de bailarines, inmortalizada por J.S. Talion en su obra “El Tango en su Etapa de Música Prohibída” El Cívico: como el típico confinflero y La Moreira, su mujer, aquella compañera incondicional que “trabaja” en la calle para mantenerlo), quienes en el viejo Café El Estribo (ubicado en la calle Entre Ríos entre Chile e Independencia, cuando se presentaban los cuartetos de tango de la época, el café, la vereda y la calle no alcanzaban para contener las aglomeraciones de compadritos, canfinfleros, minas, guapos, payadores, cantores, y músicos a los que se añadían en muchedumbre, hijos de las clase obrera y la juventud de la clase media y acomodada de la ciudad) lucían sus mejores dotes de bailarines.
Extraído de la Revista del 50 aniversario de la Institución
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